Siestas pueblerinas de otoño
En la memoria
algunos recuerdos
danzan
como el diablo de los
viejos
en los cerros,
sin penas hechas
humo,
y alegría alumbrante
de los álamos.
Las siestas
se humedecen en los
ríos,
jugando con piedras
insoladas,
disfrutando el canto
de los coyuyos,
para acompañar a las
lagartijas
a traficar alegrías.
Los
viejos cantan canciones
desbordadas en el
vino morado
enredándose en los gajos
del palo santo de la
vida.
La changada canta con
una caja
al igual que los
duendes
en las noches
carnavalescas
de las salamancas.
Jovencillos
se alegran con las cholas
que
coquetean con perfume de víbora
y
la chicha ayuda a enamorar
engualichando
en alcohol.
Los jornaleros
guitarrean
después de un
encuentro
con
asados y vinos.
El hornero
constructor
descansa de las
jornadas semanales
humedeciendo la vida
con música de aguas
frescas.
La corteza húmeda del tronco
indica las horas de
las siestas
regocijadas en su
pecho celestial.
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